Testimonio de Arturo Hernández: novela ‘Sangama’ y su vida

Retrato de Arturo Hernández por el artista César Calvo de Araújo. (Foto: Tom Quiroz)
Retrato de Arturo Hernández por el artista César Calvo de Araújo. (Foto: Tom Quiroz)

Arturo Hernández (1903-1970) es uno de los escritores más importantes y reconocidos de la Amazonía. En la exposición La casa sin puerta. Literatura amazónica (1940-1980) se aborda su obra y legado en la sección Puedo decir ahora que nací en el río. Es autor de novelas célebres como Sangama (1942), Selva trágica (1954) y Bubinzana (1960). En su obra exploró los escenarios amazónicos y abordó el universo mágico.

Debido a su amplia llegada a lectores diversos y la minuciosidad con la que el narrador describe los paisajes, las creencias y costumbres de los ribereños, esta trilogía ha sido fundamental en lo representación de la imagen de la Amazonía. La influencia de Hernández alcanza a la generación siguiente, que retoma el título de su última novela y el aspecto mágico de su obra denominándose Grupo Bubinzana.

A continuación compartimos su testimonio en el Primer encuentro de narradores peruanos desarrollado en Arequipa, 1965. Esta intervención se dio en la segunda sesión denominada Testimonio y lectura:

Es la primera vez que me veo en la necesidad de hablar de mi persona, de mi obra; nunca antes lo había hecho, pero es cosa del desarrollo del programa de este Encuentro. Mi historia es bastante triste. Nací en una de las más apartadas márgenes del río Ucayali, entre la jungla y el pantano. Fui víctima de una frustración: mi abuelita paterna tenía esperanza de enviar a mi padre a Lima a la Escuela de Artes y Oficios, cuya existencia conocía. En esas apartadas regiones la máxima aspiración de los escasísimos habitantes de las márgenes de los ríos era tener un hijo egresado de esa escuela. La universidad no existía para ellos porque la creían inaccesible. Mi padre defraudó a mi abuelita y se casó con mi madre contra su voluntad y, cuando me quedé huérfano de madre, mi papá me puso al cuidado de la abuelita que descargó sobre mí todo el odio que tuvo por mi madre. Me ponía a temblar cada vez que veía a la abuelita con el látigo en la cintura, y eso era cuando menos tres veces a la semana, arremetía contra mis espaldas de niño, repitiendo su estribillo de siempre: “para que seas más dócil, humilde y no te parezcas a tu madre”. Cada vez que me sorprendía leyendo cuanto encontraba, y que en esas soledades era muy poco, me caían sus golpes diciéndome: “sólo piensas en ociosidades, te voy a hacer doctor a punta de palos”. Me apasionaba leer  y me gustaba la carrera militar. Cierto día pasó por el lugar uno de los vapores fluviales cargado de soldados. “¡Cómo pudiera ser uno de ellos!” exclamé entusiasmado sin darme cuenta de que tenía a mis espaldas a la abuelita. “¿Con que quisieras ser soldado, no?, pues no llegarás ni a sargento por bruto”, me dijo. Pobre abuelita, entonces estaba muy lejos de imaginar que el bruto de su nieto llegaría con el tiempo a ser doctor, General del Ejército, y lo que es más, escritor.

Cada vez que llegaba mi padre de sus largas ausencias de extractor de goma elástica, la abuelita le daba los peores informes sobre mi conducta: “es un haragán, se mete al monte por no hacer nada y se sube a los árboles a leer cuanto hay y en las noches incursiona por la cocina y se come todo”. Recuerdo que por entonces me invadió una gran melancolía, pero nadie supo que lloraba en mi soledad. Tendría yo ocho años de edad cuando fugué. Mi padre me hizo per-seguir y me capturaron. Mejor es que callé lo que entonces me ocurrió. La segunda vez que fugué ya no volvieron a encontrarme. Me dediqué a la extracción de la goma elástica y me convertí en un verdadero selvático; impelido por la audacia, solía atravesar sectores de la selva por la noche, por instinto sabía la proximidad de los cuerpos peligrosos, y podía detener el pie antes de dar la pisada fatal. Recuerdo que una vez estuve perdido en una selva inundada. Fui en socorro de un cauchero aislado en plena selva virgen, y al tercer día, casi muerto de agotamiento y de sueño, encontré una choza con un mosquitero templado en el cual me metí, quedándome instantáneamente dormido. Al día siguiente, al despertar, me encontré abrazado a un cadáver. A los 17 años me inscribí en los registros militares diciendo que tenía 20 y salí sorteado. Ahí fue cuando comencé a realizar mi destino. Un recluta me prestó el libro Adelante de Marden, aquel gran educador americano. Desde entonces pensé seriamente en mejorar mi vida por el estudio. En ese tiempo estalló una revolución, la revolución de Cervantes, que nos arrastró a todos los que componíamos el regimiento. Cuando fue debelada todos los jefes huyeron y los que quedamos fuimos apresados y llevados a Lima cargados de cadenas. Sigue una historia llena de episodios, que no creo del caso continuar.

Sangama, mi primera novela, nació en la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos; en la Cátedra de Geografía Humana. Se nos pidió a quienes éramos provincianos que hiciéramos un trabajo relacionado con el curso acerca de nuestros lugares de origen, se me fue la pluma y cuando el profesor dijo que el mío era el mejor trabajo me pidió que en la próxima clase leyera para conocimiento del alumnado. No fui a la clase siguiente y la lectura quedó a cargo del doctor Jorge Fernández Stoll. Mis condiscípulos me felicitaron diciéndome que tenía grandes condiciones de escritor; ese trabajo me valió para ser nombrado miembro activo de la Sociedad Geográfica de Lima. Me creí en la obligación de escribir algo para la revista de esa entidad y al efecto me ocupé de una expedición que hice cuando muchacho al corazón de la selva virgen en busca de cauchales. Ahí se me fue otra vez la mano. A medida que escribía iba dando a mi trabajo una intensidad dramática que no tenía al principio, trabajé tres años y me salió Sangama, que es parte de mi propia vida. Lo último que escribí fue el principio. La crítica se ha pronunciado en el sentido de que la obra carece de la técnica requerida, que soy un intuitivo. Fue publicada por el Ministerio de Relaciones Exteriores con motivo del IV Centenario del Descubrimiento del Río Amazonas y quedó sepultada por diez años, pues yo, como siempre, no hice nada para que mi obra fuese conocida. Llegó Ventura García Calderón y me escribió a Iquitos pidiéndome un poder para llevarla a Europa, me decía en su carta que se extrañaba que una obra de esa magnitud quedara ignorada en el país. No resultaría la obra tan mala puesto que la Academia de Francia y la Academia Goncourt la seleccionaron como una de las grandes obras, según aparece en la selección de las Bibliotecas de Francia editada por ambas academias sin fines comerciales, como no puede ser de otro modo. Tal vez se hayan equivocado, pero lo que no me explico es que también la hayan seleccionado como el libro del mes, lanzándose una edición de lujo en Bruselas. Es que los técnicos están formados por las universidades, en tanto que al intuitivo lo ha formado Dios.

Selva Trágica fue escrita con el propósito de hacer novela y por eso dicen que tiene la técnica de la que Sangama carece. Esta obra tuvo aún mayor difusión en Europa. Sangama es tendenciosa, es anti-historicista. La costa y la sierra tienen historia, la costa es el coloniaje fastuoso y la sierra es el incanato milenario; la selva no tiene historia y en un medio elemental como en el que se desarrolla Sangama, el personaje central de la obra tenía que fracasar. La selva es hoy, es mañana, es tal vez la tierra del porvenir. Mis obras traen el mensaje de la selva al corazón de la patria, la tierra del árbol y de los grandes ríos ha pesado hasta hoy negativamente en la balanza de los valores del Perú, como si fuese inútil este pedazo de tierra en que se gesta la vida, en que el hombre vive en ansias de superación, en que florece el árbol de flores y de trinos a los pies de Dios.

Ahora voy a leer el Capítulo IX de mi tercera obra titulada Bubinzana.

Esta novela tiene los lineamientos de las obras clásicas que se relacionan con el bien y el mal; es la lucha de un sacerdote purísimo, de grandes ideales, y de un brujo de lo más primitivo que habitó en la selva (Aplausos).

 

Horario

La exposición La casa sin puerta. Literatura amazónica (1940-1980)  se puede visitar de martes a domingo de 10 a. m. a 7 p. m. en la Sala de Exposición 1 hasta diciembre del 2018. La dirección de la Casa de la Literatura Peruana es jirón Áncash 207, Centro Histórico de Lima. Antigua Estación Desamparados.