Marita Troiano recuerda a Carmen Luz Bejarano

 

Marita Troiano acompañada de la directora de la CASLIT en la mesa de honor de la inauguración de la muestra en homenaje a Carmen Luz Bejarano.

El 19 de abril se inaguró la muestra “50 años de la publicación de Abril y lejanía“, en homenaje a la poeta Carmen Luz Bejarano, con motivo de conmemorarse el medio siglo de la aparición de su primer poemario. La muestra, que puede visitarse hasta el 22 de mayo, de martes a domingo de 10 a.m. a 8 p.m., contiene fotografías, manuscritos y una línea del tiempo de la vida y obra de la autora.

En la inauguración, además de las palabras de la directora de la Casa de la Literatura Peruana y de la poeta y dramaturga, Maritza Núñez, hija de Carmen Luz Bejarano, estuvieron presentes los poetas y amigos de Carmen Luz: Arturo Corcuera y Marita Troiano.  

A continuación remitimos las palabras de la poeta y editora Marita Troiano, presidenta de la Comisión de Mujeres del PEN Club del Perú.

“Buenas noches.  Lo primero, será manifestar mi beneplácito por este merecido homenaje que le rinde la Casa de la Literatura Peruana a la poeta Carmen Luz Bejarano. Luego, expresar  mi agradecimiento a Maritza Núñez Bejarano y a la institución que nos acoge, por la gentil  invitación a participar en este evento en el cual evocaremos el nombre, la figura y la poesía de una gran creadora como es Carmen Luz Bejarano. Y digo es, porque poetas  de su talla, aunque abandonen esta esfera, seguirán existiendo por siempre en poesía.

Carmen Luz Bejarano, sosegada dama y prolífica escritora,  está presente hoy –  y más vigente que nunca -,  a través de sus  versos, del reconocimiento de su alturada obra. Está presente en el delicado pregón de la ética que marcara su vida, en su manifiesta generosidad y en aquella, su amplia sonrisa. Bejarano, es pues, una poeta valiosamente actual que trasciende al tiempo en la celebrante memoria de su fecunda creación lírica que sin duda,  define un período de gloria para la poesía peruana.

Quiero decirles esta noche, que cuanto más conocía a Carmen Luz, como poeta, como amiga y como maestra, más la identificaba con esa minoría que se asemeja a los astros. Reconocía en ella a una creadora vigorosa, incondicional con una dilatada filantropía e inalterable con sus nobles ideales, jamás fueron subordinados a coordenadas undosas o a piadosos abracadabras. Era muy fácil admirarla y quererla. Era un placer escucharla. Y un  sublime goce, leerla.

Nunca olvidaré su voz austera, esclarecida, encandilando auditorios con fulgurantes versos durante recitales para los que vestía de fiesta, como una manifestación de su grave respeto hacia la poesía. Y recordaré por siempre,  su  extendida generosidad, cuando al conocernos en el año 1995 y yo acababa de publicar mi primer libro de poemas, sus cálidas palabras y una franca sonrisa me ofrecieron una grata  bienvenida.

Con el paso de los años, fuimos hilando una colorida amistad que echó raíces entre versos y conversaciones fecundas, en las que, puntillosa, yo preguntaba y aprendía con sus respuestas, cautivada por su singular capacidad reflexiva, una preclara inteligencia y aquel ataviado lenguaje del que hacía gala con desahogada sencillez.  Era un bienestar conversar con Carmen Luz.  Cual fuere  el tema: curiosas historias de nuestras respectivas provincias,  simpáticas anécdotas- algunas  gratas  y otras no tanto-,  del mundillo literario que ella conocía muy bien, o hablando sobre la bondad de las aceitunas de Yauca.

Y por supuesto,  fueron  incontables las horas de conversación acerca de la poesía, de la diversidad de estilos y contenidos,  de la complejidad manifiesta por el espíritu cuando se asume escribirla . Luego, ella leía sus versos que se tornaban en una azul inmensidad desbordada en la tarde, y  con su voz, la poesía vibraba rítmicamente, legítima, sonora, remitiéndonos a lugares y sentires comunes, evocando sinfonías donde conjugaba armoniosamente  la palabra escrita con una depurada técnica y la  magistral exposición lírica de sus sentimientos.

No es la primera vez que me dirijo al público para hablar de la obra de CLB.  Y en este punto, quiero dejar establecido que lo expresado acerca de su nombre y de su obra – ayer   esta noche o en un mañana por venir- , no significan halagos prisioneros de la emotividad o del afecto. Definitivamente, son conceptos inherentes a la natural valía de su obra y a su  naturaleza personal, y por tal,  preciso afirmar, una vez más y sin exuberancias,  que CLB era la ecuación perfecta entre el brillo intelectual  y el don de gentes. Además de un notorio ejemplo de perseverancia y respeto a sus más profundas convicciones, las que  plasmó en cada hora de sus días, en una magnífica obra literaria , en su vida familiar y en el quehacer como docente que durante treinta años llevó a cabo en  la UNMSM.  

Quienes la conocieron bien,  podrán dar fe de su tenacidad por alcanzar incorpóreos ideales y del ímpetu que guiaba su praxis creadora, la misma que sin desvelo,  abarcó con igual eficacia la poesía, la novela, el ensayo, la dramaturgia y la composición de canciones interpretadas por virtuosos músicos europeos.  Y aunque CL vivió, gozó y sufrió su obra, tal vez, silenciosamente, supo dejar como ejemplo una rutilante estela de sapiencia y humildad en la geografía de nuestra creación lírica.  Lo hizo ab initio, desde hace cincuenta años, cuando Javier Sologuren, poeta y editor de la vieja escuela, publicara en su Colección Cuaderno del Hontanar, el primer poemario de CLB  titulado Abril y Lejanía.

Público recorriendo la muestra el día de la inauguración.

Transcurría el año 1961, y Carmen Luz, en el patio de letras de la Universidad de San Marcos,  de seguro leía en amical secreto, sus sentidos versos a otro joven poeta: Javier Heraud.  Y desde ya, eran sus poemas un sumun de  ilusiones, recuerdos y  añoranzas  que ella, con característica humildad, firmaba con un seudónimo. Eran  desde aquel lejano abril, poemas de invalorable estilo y trascendentes contenidos, y por eso,  desde ese abril de hace cincuenta años, esos versos empezaron a  volar muy alto con auspicios del viento de otoño.  En esa oportunidad, una luna muy blanca, y de hecho, cómplice de la buena poesía, alumbró en el firmamento sus primeros poemas  escritos a golpe de pulmón, y así, anunciaba  para los que tenían ojos de ver y corazón de sentir, que había nacido  una de las más insignes representantes de la poesía peruana e hispanoamericana.

Desde esa primera entrega, ya se advertía su lozana expresión, transparencias de su humanidad  y una densa ternura que encendió más la lumbre singularizando su obra literaria, que entre muchas de sus virtudes, es capaz de movilizar márgenes, fundar orillas, avivar médulas dormidas , visitar afueras y alrededores de nosotros mismos, porque es una poesía magistral, renovada, inteligente, nutrida  de ponderada filosofía, sin egos exagerados  y jamás de la mano de convenciones teñidas de vanidad.

La poética de Carmen Luz siempre plena de cualidades conceptuales y sólida en su estructura, pudo transportarnos hacia empinados universos a través de la sutileza de sus contraseñas, delicadas metáforas y una simbología que traía consigo la ventaja de la excelencia.  Y es que ,Carmen Luz Bejarano vivió una existencia en poesía. No cabe duda.  Escribió guiada por la taxativa manifestación de un sagrado designio. Entendiendo como pocos y pocas, el más íntimo sentido de la poesía, porque aprehendió el acto continuo de la escritura no como un oficio, sino como una vivencia íntima y necesaria, porque el escribir versos , sea bajo un radiante sol o entre la bruma, significó para ella una gracia concedida, era cumplir con una liturgia celebraba desde lo más hondo de su ser,  y por estas razones que no mutilan verdades, su extensa obra suscita una animada respuesta en nuestro interior, nos envuelve en ese mágico añil tan propio a la poesía escrita con pasión, con generosidad en la entrega, poesía hecha con la palabra justa y necesaria para tocar nuestra más íntima fibra, y acaso,  por un instante hacernos  también existir en poesía.

Y que nos gane ese azul océano connatural a los versos que corren por raudales de sangre, y que finalmente nacen, quebrando arandelas de nuestra historia personal. Esa historia diseñada día a día sobre la realidad y los sueños, sobre la tierra y el aire, que nuestra poeta expresó con seguro temple y la observancia de un ojo tolerante, quien sabe, tal vez  como una deliberada estrategia de esperanza.

Desde su barricada de sol y nube, viajando sobre un mar poblado de aracantos,  Bejarano supo celebrar la vida, la aldea, el pan, el vino y el viento. Esclarecida, pudo capear con elegancia la cruel invisibilidad que le asignaba el canon de su tiempo, los  torrentes de sal anidando en las heridas, y a la muerte, queriendo anudar  cuerpos a una frondosa nada.  Y sin embargo, con todo, siempre fue preñada de versos y de luz, dándose el tiempo preciso para observar el equilibrio de la naturaleza, atender sin descargo los espacios dormidos en cavernas del átomo, decir del golpe de colmillo y de los cantos rodados, de la antípoda de sus sueños y del indescriptible fulgor de los astros.

Poeta conveniente, relevante, sin hipótesis previas ni maniqueísmos lingüísticos. Poeta esencialmente pulcra. De rigores espartanos en el ejercicio de la escritura sin traicionar la frescura ni la estética subyacentes en una elevada poesía como la suya. Poeta sin soberbia ni deslices, trayendo como un procurante conjuro, el gozo sublime y la elevación a través de su poesía.

Carmen Luz Bejarano, constelada en un estoicismo singular y guiada por su amor a la literatura, escribió con prodigiosa inspiración hasta el último día de su vida.  Lo hizo como siempre hacía. Desde aquel primer libro Abril y lejanía. Escribió ajena a lauros y convencionales halagos. Tan solo honrada en su propia naturaleza, como ocurre con toda  creadora  de excepción que ya ha cruzado el Rubicón, y porque, como dijo alguna vez  Magda Portal sobre su poesía : “… si alguien dudara de este rio profundo de belleza, es porque no le ha tocado con su fulgor de sueño las sienes huidizas”.

Esta noche de justa celebración, sabes bien poeta Bejarano cuanto te extrañamos. Y sabes  también que nos resulta atroz recordar el invierno que te llevó muy lejos de tu mar, de Tanaka, de la música de aracantos, de la arena parda  y de la arcilla. Y aunque aplaudo sinceramente el merecido homenaje que hoy se te brinda, debo confesar que me persigue aún esa tristeza que nació con tu partida. Porque, valgan verdades Carmen Luz, aunque me cueste decirlo, contigo se fue mucha poesía, se fue un cúmulo de esperanza, de risa, de verdad y bastante de esas cosas valiosas de las que conversamos una que otra tarde de sol. Sin embargo, sobreponiéndome a la emoción que naturalmente me embarga,  una vez más, y a modo de despedida, en esta celebración de los cincuenta años de tu primer libro Abril y Lejanía, te diré como siempre y esbozando una sonrisa:

–          ¿ Bejarano?

–          Acá Troiano, reportándose.

Muchas gracias”.

Marita Troiano  / Lima, 19 de abril de 2011