Poesía y facetas de José Watanabe: 10 años sin el vate

José Watanabe mirando el horizonte en la foto tomada el 11 de enero del 2007. (Cortesía de la revista Caretas/Víctor Ch. Vargas)
José Watanabe sonriente en una foto tomada el 11 de enero del 2007, tres meses antes de su partida. (Cortesía de la revista Caretas/Víctor Ch. Vargas)

 

Vinculado esencialmente con la poesía, José Watanabe se desarrolló en distintos campos: la literatura infantil, el cine, el teatro, la televisión y la historieta. Además, fue directivo del canal del Estado e incursionó en la composición musical.

 

Por Ricardo Flores Sarmiento

José Watanabe murió hace 10 años, pero su obra late. Sus poemas siguen vivos, sus guiones —aún sin estudiar— palpitan en algunas de las películas más importantes del cine peruano, y sus cuentos para niños continúan leyéndose. Su vida física se apagó hace una década, sin embargo, su obra vive y late más fuerte.

“Además de ser un gran poeta fue guionista de cine, productor de televisión, y llegó a ser gerente del Canal 7. Todo lo que se proponía hacer, lo hacía bien. Eso es innegable”, apunta Lorenzo Osores, amigo de Watanabe.

Muchos años antes de entrelazar su poesía con otras artes y sellar su nombre en las letras peruanas, José Watanabe fue un niño dotado con una imaginación vasta y una mirada aguda, que se consagraría en su obra poética. Su don especial para la observación se fue tejiendo en sus primeros años al contemplar las cenizas de la caña de azúcar y ver en estas formas de objetos y animales. “Él tenía un ojo distinto. Era muy contemplativo”, relata Teresa Watanabe, hermana del escritor.

Nació el 17 marzo de 1945, en el distrito de Laredo, en Trujillo. Fue el sétimo de once hermanos y producto de la suma dos mundos. Su padre, el ciudadano japonés Harumi Watanabe, llegó al Perú en 1919, y su madre Paula Varas era originaria de la costa norte de nuestro país.

Vivió los primeros años de su vida en Laredo rodeado por el campo. “Un espacio con poca zona urbana y mucha área agrícola. Para un niño era casi un lugar ideal”, recuerda su hermana. En este ambiente, Harumi Watanabe, pintor de profesión, alguna vez le leyó haikus, un tipo de poesía japonesa a la que se aficionó desde su país natal. José tendría más tarde también un interés especial por estos poemas tan profundos como breves.

 

POESÍA Y ARTE

 A los 15 años su vida cambiaría para siempre. Cuatro años después de mudarse a Trujillo, luego que su padre ganó la Lotería de Lima y Callao, murió Harumi y, apenas un mes después, fallecería su primera enamorada. El golpe anímico fue demasiado para un adolescente romántico. “Fue la primera vez que necesité escribir”, le contó Watanabe a José Li Ning.

Tras estos acontecimientos, el poeta inició, en 1963, sus estudios en la Escuela de Bellas Artes en Trujillo. En ese ambiente artístico, José Watanabe compartiría sus primeros versos con amigos y, en 1965, se presentó al mítico concurso de Poeta Joven del Perú, donde obtendría una mención honrosa con el poemario Arquitectura de la sombra en la hierba —que nunca fue publicado—. Este lugar lo compartió junto a tres poetas, uno de ellos Juan Ojeda. En esa edición Luis Hernández Camarero obtuvo el segundo lugar y el primer puesto fue compartido por Manuel Ibáñez Rosazza y Winston Orrillo.

José Watanabe dejó la pintura presionado por su familia y viajó a Lima, donde estudió dos años de Arquitectura en la Universidad Federico Villarreal. Es en la capital donde comienza a involucrarse con el mundillo literario, pero su carta de presentación sería como cuentista y no como poeta. Su relato El Trapiche fue publicado en el número 1 de la revista Narración (1966).

“Apenas tenía veinte años y su prosa era directa, hermosa y profunda. Los diálogos eran ágiles y la estructura general de buena factura”, recordaba el escritor Oswaldo Reynoso en el artículo José Watanabe, el joven narrador. La nota que acompañaba el relato indicaba que iba a formar parte de un libro de cuentos que nunca vio la luz.

album_fullLuego de su breve paso por la narración, su nombre adquiriría mayor relevancia al ganar el premio Poeta Joven del Perú en 1970, por su poemario Álbum de familia, donde compartió el primer lugar con Antonio Cillóniz.  Su amigo Lorenzo Osores recuerda que Watanabe no quería participar en el concurso porque la posibilidad de quedar como una mención honrosa, era deshonroso para él.  “No es tan cierta esa imagen de humilde con que algunos ingenuos lo han cubierto. Él no era tan humilde, él quería ganar. Entonces, yo lo convencí. Le dije: ‘sí vas a ganar’ y lo ganó”, reveló.

Al año siguiente del premio se publicó Álbum de familia, donde plasma el encuentro cultural entre el origen andino de su madre y el mundo japonés de su padre. Sería, además, su partida nacimiento en la llamada generación del 70, donde Watanabe muestra grandes diferencias en su poesía con relación a sus contemporáneos al no abordar temas políticos, pese la efervescencia de la época a la que sumaron grupos como Hora Zero y Estación Reunida.

“Watanabe realiza una experimentación con el haiku, una poesía coloquial mesurada que evita el lugar común”, explica el catedrático e investigador Camilo Fernández. “En esa generación la mejor poesía la escribieron los insulares, es decir, la poesía de Watanabe destaca por encima de todas y es seguida por la de Enrique Verástegui, quien dentro de Hora Zero era el que menos expresaba en su poesía los postulados de ese movimiento”, aprecia Marco Martos.

 

INICIO EN EL MUNDO INFANTIL

Un nuevo mundo se abrió para un autodidacta José Watanabe cuando, en 1973, ingresó al Instituto de Teleducación (INTE) del Ministerio de Educación. Quien lo convocó fue el poeta Pablo Guevara. Ahí se inició como guionista y director de la serie televisiva infantil La casa de cartón, donde trabajó estrechamente con Carlos Tovar.

Este dibujante, conocido como Carlín, recordó la destreza de Watanabe para crear los personajes de las series, en especial, la del segmento llamado El elefante y la cigarra, donde el poeta creó al elefante usando su mano como el cuerpo del paquidermo y su dedo funcionaba como trompa, mientras que fabricó a la cigarra con un gancho de ropa. “Él era un artista”, apunta Carlín.

Esta experiencia televisiva duraría hasta 1974, año en que viajó a Alemania para presentar en un evento internacional La casa de cartón.  Tras su regreso al Perú volvió a trabajar con Carlos Tovar. Esta vez en la historieta Cabriola La Cabra, donde escribía el guion y Carlín hacía los dibujos. Esta era publicada en la revista Collera. “Hay un gran aporte de Watanabe en mis dibujos en la historieta”, apunta el ilustrador.

IMG_2661

Con El futuro diferente, la dupla Watanabe-Carlín continuaría explorando el humor a través la historieta. Su personaje principal era el investigador privado Lucas Pen, quien resolvía casos políticos como el secuestro del dentista del ‘Presidente Mario Vargas Llosa’ o salvaba de un atentado al alcalde del pueblo de San Miguel, Alfonso Barrantes. La imaginación de Watanabe quedó plasmada en la revista El idiota ilustrado.

IMG_2654

 

GUIONES Y CINE

Eran los primeros años de los ochenta y José Watanabe recibió una oferta que le abriría otro mundo. Alberto Durant le ofreció hacer juntos el guion de su primera película, Ojos de perro (1981), donde el escritor tuvo a su cargo la dirección artística.

“Si bien él tenía experiencia en guiones de televisión, eran guiones educativos, no era una ficción pura. Pero como poeta tenía una facilidad para crear mundos imaginarios por lo que fue muy interesante ver el proceso en que se convirtió en guionista”, recuerda Durant, con quien trabajaría años después en la dirección artística de la cinta Malabrigo (1986).

Su trabajo como guionista seguía en ascenso, cuando incursionó en la adaptación de la novela No una, sino muchas muertes (1958) de Enrique Congrains, junto a Edgardo Russo. El guion de la película Maruja en el infierno (1983) fue su primer trabajo con el cineasta Francisco Lombardi y su segunda cinta como director artístico.

Un hito importante ocurriría en 1985 con la adaptación cinematográfica de la novela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. Watanabe pudo sortear el desafío y no solo eso: logró que una película estuviera a la altura del libro que le dio origen. El guion lo trabajó junto a Lombardi, quien dirigió la cinta.

José Watanabe el último de la izquierda al lado del actor Gustavo Bueno, del director Francisco Lombardi, del escritor Mario Vargas Llosa y la actriz Liliana Navarro. (Foto: Arkivperu)
José Watanabe el primero de la izquierda al lado del actor Gustavo Bueno, el director Francisco Lombardi, el escritor Mario Vargas Llosa y la actriz Liliana Navarro. (Foto: Arkivperu)

“El guion de La ciudad y los perros es potente. Sigo creyendo que es una de las grandes películas del cine peruano, yo diría entre las 10 películas del cine peruano, y Maruja en el infierno, es una extraordinaria adaptación”, señala Jorge Eslava.

 

CÁNCER

Su prolífica producción en cine se detuvo cuando le detectaron cáncer de pulmón. En los años previos a esta enfermedad se podía ver al poeta tomando un cigarrillo, partiéndolo en tres partes y fumándolo sin filtro. De este vicio también derivaría su característica voz grave.

En 1986 viajó a Alemania, donde recibió tratamiento y se curó de su primer cáncer. Esta experiencia cercana a la muerte cambiaría todo en su vida sumiéndolo en una profunda depresión y un aislamiento, pero no lo alejó de la poesía. Nunca dejó de escribir.

En aquellos años de silencio poético, Jorge Eslava dirigía la editorial Colmillo Blanco. El escritor se le acercó a José Watanabe un día que fue a recoger a sus hijas del colegio donde trabajaba y le propuso publicar un libro suyo. El poeta, quien era de modales muy amables, lo invitó su casa donde acordaron la publicación de El huso de la palabra (1989).

huso_full_jpg_515x515_detail_q85Con este libro, Watanabe rompió un silencio de 18 años y volvió a situar su nombre en lo alto del ambiente literario, recibiendo elogios, reconocimientos, además, de ser elegido como el mejor poemario de la década de los ochenta en una encuesta organizada por la revista Debate.

El huso de la palabra es la cumbre de José Watanabe. Marca un antes y un después en el ámbito de su poesía, particularmente por el empleo del verso coloquial, el uso del haiku”, califica el investigador en poesía, Camilo Fernández. “Con El huso de la palabra adquiere potencia y una dimensión que no alcazaba el primer libro, luego porque vuelve a situar su nombre entre los más importante de su generación, tal vez el más importante de su generación”, destaca Jorge Eslava.

 

RETOMA EL CINE

ALIAS LA GRINGAEl poeta regresaría al cine para trabajar el guion de la cinta Alias ‘La Gringa’ (1990), junto al director Alberto Durant y José María Salcedo. La película fue un éxito rotundo, pese a las dudas que tuvo en un primer momento Watanabe en la inclusión de Germán González como protagonista de la cinta.

En Alias ‘La Gringa’, el poeta mostraría sus habilidades como director artístico, sus dotes para hacer escenografías, crear atmósferas y desarrollar el espacio donde se mueven los personajes. Ocho años después volvería a trabajar con ‘Chicho’ Durant en la dirección artística en la cinta Coraje, la última película en la que participó.

Antes de este trabajo, se encargaría del guion y la dirección artística de Reportaje a la muerte (1992), dirigida por Danny Gavidia y del libreto de la cinta Anda corre vuelta (1993), de Augusto Tamayo.

 

TELEVISIÓN

El poeta estuvo muy ligado a la televisión a lo largo de su vida. Luego de la experiencia en La casa de cartón regresó a la pantalla chica, a inicios de los 90, como gerente de Televisión Nacional del Perú. Estuvo en este cargo en dos periodos. Primero en 1992 y luego en 2001. Durante su gestión, José Watanabe, un hombre que no podía tener las manos quietas, ideó el programa Hecho a mano, donde se resaltaba la labor de los artesanos.

Su experiencia televisiva no lo apartó de la labor creativa. Trabajó en el guion de la telenovela Canela (1995) junto a Rocío Silva Santisteban y Rosa Málaga. Precedida por la exitosa novela Gorrión, no logró captar la audiencia esperada. A pesar de mostrar los paisajes bellos de Arequipa, sus giros inesperados la volvieron difícil de entender.

Pero la revancha vendría poco tiempo después. Watanabe sacó lustre a su experiencia como guionista en la serie Hombres de bronce (1998-Panamericana Televisión), que mostraba a personajes relevantes de nuestra historia a través de dramatizaciones de corte documental. El poeta trabajó en los guiones de Julio César Tello, Ricardo Palma, Daniel Alcides Carrión, entre otros.

 

Su experiencia en Hombres de bronce le serviría para que, años después, trabaje en guiones de documentales con Sonia Goldenberg. Primero en Poderoso caballero (2002), donde narra los años de corrupción de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos demostrándolos con los hechos más representativos como los ‘Vladivideos’. Luego, en Memorias del Paraíso (2003), documental que le valió a Goldenberg el premio de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano.

 

 

RECAÍDA

En los años noventa, José Watanabe volvió a sentir la muerte de cerca. En 1993 falleció su madre, Paula Varas. Un año más tarde, el cáncer regresó y le afectó el otro pulmón. Realizó su recuperación en el Instituto de Enfermedades Neoplásicas.

cara_historia_fullEl retorno del cáncer coincidió con la publicación de su poemario Historia natural (1994). “Lo que quería hacer con Historia Natural es una filosofía muy simple pero muy válida, que aprendí de niño: La vida es física, no es intelectual”, explica Watanabe sobre su libro en la revista Caretas.

Luego del segundo cáncer sintió que le quedaba poco tiempo e inició un periodo muy prolífico en todas sus facetas, pero siempre apoyándose en la poesía. “Con la enfermedad comenzó a escribir más. Era consciente que no tenía toda la vida por delante”, indicó Teresa Watanabe.

Este nuevo golpe se ve reflejado en su poemario Cosas del cuerpo cosas_full(1999), que es considerado uno de sus libros más destacados, por la calidad de sus versos que se pueden ver reflejados en “El Lenguado”, “El ojo”, “El guardián del hielo”. “En este libro lo físico es lo que importa. De alguna manera, planteo que el cuerpo es nuestra única patria, la única posesión real que tenemos”, refirió Watanabe en la revista Caretas.

 

 

MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA

 
La poesía de Watanabe cruzó la frontera rápidamente, y el primer destino, lejos de ser Sudamérica, fue Inglaterra con una antología de 44 de sus poemas en Path Through the Canefields (1997) seleccionada por Dave Tipton y C.A.de Lomellini, quienes destacaron el uso del lenguaje cotidiano en su poesía.

cara_guardian_fullLa encargada de llevar a José Watanabe a recorrer Latinoamérica fue Piedad Bonett, con quien tuvo una amistad. La antología El guardián del hielo (2000) realizada por esta poeta colombiana recibió, dos años después de su publicación, el Premio José Lezama Lima otorgado por la Casa de las Américas en Cuba. “Las profundas y diversas raíces de su autor se entretejen en torno al mito familiar, así como para traducir en palabras sus emociones”, destacó el jurado.

En el 2005, cuando Watanabe estaba consolidando su presencia en el continente se publicó en Venezuela la antología Lo que queda, trabajada por Micaela Chirif.

Eduardo Chirinos llevó la poesía de Watanabe a España con la antología Elogio del refrenamiento (2003). Poco antes de la muerte del poeta, también en el país ibérico, se publicó Tu nombre viene lento (2006), su última antología, la cual reunía los poemas sobre su madre.

 

TEATRO Y MÚSICA

Al final de los años 90 recibió una propuesta del grupo Yuyachkani para incursionar en el guion teatral. Fue así que realizó una memorable versión libre de Antígona de Sófocles, interpretada por Teresa Ralli y dirigida por Miguel Rubio. El drama griego del pasado parecía reflejarse en el presente del país: la violencia extrema, las desapariciones eran aun prácticas constantes. Lo curioso es que Ralli había pensado en Blanca Varela para la adaptación, pero fue ella quien recomendó a Watanabe.

 

La obra se presentó en febrero del 2000, donde se pudo apreciar el aporte de Watanabe en el guion con su vena poética, sus versos, que se fusionan con su mirada de la Antígona de Sófocles. Esta mezcla logró que se mantengan frases del escritor griego y versos salidos del propio mundo del poeta como: “No hay peor tortura que la propia imaginación y Antígona no cesa en mi mente”.

El teatro lo impactó en su vida y tenía planeado trabajar más obras griegas como Medea, Lisístrata y Electra, sin embargo, la vida lo llevaría por otros caminos.

Watanabe era un amante del arte en toda su dimensión. Era un lector de gustos tan diversos como Yasunari Kawabata, Matsuo Bashō, Ezra Poud o T.S. Elliot, además, de un gran conocedor de la ilustración y un amante de la pintura. Pero, sobre todo, era un conversar único. “A él le interesaba desarrollar varias facetas porque era un hombre culto, por momentos hasta erudito”, recuerda Eslava.

Sus conocimientos llegaban hasta la música y ahí el rock lo esperaba. Luego de mostrarse en desacuerdo de que sus poemas sean musicalizados acordó con Rafo Ráez hacer un disco con canciones compuestas por él. El álbum Pez de Fango vio la luz en el 2005 con 13 temas escritos por el poeta, quien tras la publicación del disco negó más de una vez sentirse un rockero y se autodenominó: “letrista de rock”.

 

 

LITERATURA INFANTIL

En la década de los ochenta publicó una serie de sus cuentos infantiles en los libros de lectura de la editorial Santillana entre los que destacan: El ciempiés que demoraba (1987), El señor que paseaba con un pingüino (1986) o Pobrecito cocodrilo (1983). Estos relatos nunca pudieron ser compilados ante la negativa del poeta. “No son cuentos, son chistes populares”, le decía Watanabe a Jorge Eslava cada vez que le ofrecía reunirlos y publicarlos.

Muchos años después de su trabajo con Santillana, escribió una serie de 11 libros infantiles, que fueron publicados incluso después de su muerte. “Prácticamente todos sus cuentos los hizo en un año, que fue su último año de vida”, reveló Micaela Chirif.

003Watanabe trabajó estos cuentos con las técnicas de cine, haciendo encuadres panorámicos de las imágenes. En esta línea de relatos destaca la serie de Andrés Nuez, donde el poeta con su habilidad manual diseñó los personajes de estos cuentos. El escritor pensaba trabajar una obra más amplia, dirigida a la enseñanza de la función numérica, los colores, el abecedario.

 

LA POESÍA, SU VIDA

“La poesía ha sido toda la vida su acompañante, al final si él ha logrado vivir más tiempo es por la poesía. Era su vida, su bastón, su todo”, recuerda Teresa Watanabe. Y en los últimos años de su vida no fue la excepción.

cara_habito_fullEn el 2002, publicó el poemario Habitó entre nosotros, que destaca entre su poesía por tener una temática distinta donde muestra su visión de Jesucristo. “El libro empezó viendo cuadros bíblicos que tenían que ver con la vida de Cristo”, reveló José Watanabe al periodista Diego Alonso Sánchez.

La siguiente obra en aparecer sería La piedra alada (2005), que tuvo una gran acogida en España, incluso fue un éxito en ventas. En él, Watanabe afina su mirada a la naturaleza y a los pequeños detalles que cobran vida como en el poema que le da el nombre al libro.

cara_banderas_full
Un año más tarde publicó su último poemario: Banderas detrás de la niebla (2006), que muestra una mixtura de temas como el amor, la muerte, la naturaleza, siempre con su mirada acuciosa, donde destacados poemas como “Responso ante el cadáver de mi madre”, “Flores”, “Banderas detrás de la niebla” y la sección El otro Asterión.

  

 

LA VIDA LE QUEDÓ CORTA

José Watanabe dormía de día y vivía de noche explotando su creatividad. Sin proponérselo abarcó nuevas facetas más allá de la poesía y coleccionó títulos sin estudiar. Era una persona múltiple, que al igual que en su obra podía estar callado mucho rato y de pronto hablar sin que nadie lo pueda detener. Es ahí, en la plenitud de su carrera, en la etapa más prolífica de su vida, que le detectaron un tercer cáncer, esta vez al esófago. “Quería escribir más teatro y desarrollar toda la línea para niños. Se le quedaron muchas cosas”, confiesa Teresa.

La vida se le fue derritiendo entre las manos sin poder hacer nada, la noche del 25 de abril del 2007, en el hospital Neoplásicas, murió José Watanabe. Wata, Pepe, ‘Chino’.  El hombre de la palabra justa, el poeta de gustos finos y variados, de lecturas diversas, de mirada acuciosa, el burlón, el gracioso, el ambidextro de nacimiento, el perfeccionista incasable, el conversador innato, el artista en todas sus facetas.

“El tiempo va haciendo una selección rigurosa de poetas o artistas en el Perú del año 70 a comienzos del tercer milenio y sin duda que José Watanabe queda como una figura muy notable”, sentencia Marco Martos.

 

 Los invitamos a ver este reportaje en video que preparamos