Discurso leído en la ceremonia del Premio Casa de la Literatura 2021

Alfredo Mires Ortiz con una familia campesina de Chanshapamba, Cajabamba en enero de 1982. Foto: Archivo Fotográfico de la Red
Alfredo Mires Ortiz con una familia campesina de Chanshapamba, Cajabamba en enero de 1982. Foto: Archivo Fotográfico de la Red

El viernes 11 de febrero de 2022 el investigador, editor y gestor cultural Alfredo Mires Ortiz recibió el Premio Casa de la Literatura 2021. A continuación compartimos el discurso que leyó la directora de la Casa de la Literatura Peruana, Milagros Saldarriaga. El texto fue elaborado en conjunto por los integrantes de la institución.

 

Bienvenidas, bienvenidos, les saludamos desde la Casa de la Literatura Peruana. Hoy celebramos la entrega del Premio Casa de la Literatura Peruana 2021. Este es el reconocimiento que nuestra institución hace a la trayectoria de una figura nacional cuya dedicación y pensamiento han contribuido a que literatura sea un espacio de reinvención de la vida colectiva e individual, un hacer artístico revelador de nuestras tensiones, posibilidades y dificultades.

El trabajo que se hace desde esta institución nos permite observar la literatura como un espacio de acciones e intervenciones múltiples. La creación o la edición literaria, la mediación de lectura o la investigación son ejercicios indispensables, que se sustentan tanto en las necesidades estéticas o intelectuales de la sociedad de hoy como en la historia de la cultura escrita en nuestro país. Así la vida de la literatura depende no solo de las posibilidades para la creación sino también de esfuerzos por contrarrestar la privación del libro o la imposibilidad de formarse como lector literario. En el contexto del bicentenario de la república y en un momento de recias interrogantes sobre el porvenir, la Casa de la Literatura Peruana otorga su máxima distinción institucional al antropólogo, educador, editor y bibliotecario Alfredo Mires Ortiz, miembro y fundador de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, iniciativa que en 2021 cumplió 50 años de vida y que está conformada por unas 500 bibliotecas en 13 provincias de dicha región.

La Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca es un movimiento educativo y cultural campesino constituido como asociación sin fines de lucro. Surgió hace 50 años, por iniciativa del Padre Juan Medcalf y campesinos cajamarquinos de entonces. Y hoy se mantiene vital gracias a su capacidad evolutiva, a la atención con la cual revelan y discuten sus necesidades comunitarias y el rol de la biblioteca, el libro y la lectura en el contexto que habitan. Los propios comuneros son bibliotecarios elegidos en asamblea, los libros se truequean entre comunidades y la lectura es un acto colectivo mediante el cual se alfabetiza, se imagina y se polemiza.

Además de constituirse como una red de bibliotecas vivas, con decenas de miles de lectores, esta asociación ha publicado un sinnúmero de libros que acopian la palabra poética y la experiencia técnica y tecnológica local. La Enciclopedia Campesina de Cajamarca, editada desde 1986, recoge textos de la tradición oral andina; la colección Biblioteca Campesina reúne el conocimiento especializado en botánica, tejido o zootecnia de las comunidades. Asimismo, la Red es responsable del Archivo de la Tradición Oral Cajamarquina y del Grupo de Estudios de la Prehistoria Andina. Todos estos proyectos nacieron de la dinámica cotidiana en torno a las bibliotecas y son resultado de un proceso comunitario de afirmación de la propia cultura.

Alfredo Mires se integró a la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca a los 16 años y aún es miembro activo de esta. Su trayectoria como investigador, bibliotecario y editor es indesligable de esta asociación campesina. Su labor de reflexión y gestión es la propia red y a la vez la red ha modelado su vocación y la perspectiva original desde la cual Mires aporta al ejercicio cabal del derecho a la literatura, a la lectura y al libro en el Perú.

Quizás, la complejidad y la coherencia orgánica de las bibliotecas rurales de Cajamarca podrían pasar desapercibidas porque se presentan armónicamente integradas a la vida campesina. Sin embargo, muy pocas localidades, provincias o ciudades de nuestro país cuentan con una biografía lectora asidua y fructífera, deliberadamente diseñada.

Quisiera citar ahora un fragmento de El arte y la revolución de César Vallejo: “Puede ocurrir, como hemos dicho, que a primera vista no se reconozca en la estructura y movimiento emocional de la obra, la materia vital en bruto absorbida y de que está hecha la obra, como no se reconoce, a la simple vista, en el árbol los cuerpos químicos nutritivos extraídos de la tierra. Sin embargo, si se analiza profundamente la obra, se descubrirá necesariamente, en sus entrañas íntimas, conjuntamente con las peripecias personales de la vida del artista y a través de ellas, no sólo las corrientes circulantes de carácter social y económico, sino las mentales y religiosas de su época”.

Vallejo habla del arte, pero esta visión de la creación, asociada a la organicidad de la naturaleza, puede ser extrapolada para comprender la acción demiurga de Alfredo Mires y los bibliotecarios y bibliotecarias de Cajamarca.

¿Cómo se edifica el derecho a leer en un contexto histórico de exclusión de la cultura escrita y sus instancias principales: libro, lectura, escritura, literatura, biblioteca?, ¿y cómo es que este ejercicio se vuelve tan feraz? Acaso la primera decisión haya sido rechazar los conceptos convencionales que revestían estas categorías, rechazar sus procedimientos más institucionalizados e inventar palabras que susciten la emergencia de nuevos sentidos, como biblionectario, o crear nuevos agentes del libro, como la familia bibliotecaria, y decidirse por participar de la manera más indócil, haciendo los libros que uno necesita para verse a sí mismo y a los demás.

La propuesta bibliotecaria que se ha tejido en Cajamarca toma las prácticas de organización de la propia gente. La biblioteca es una casa familiar, y son responsables de ella incluso los niños de la familia. Bibliotecarias y bibliotecarios llevan los libros hacia los lectores o hacia otras comunidades, en una suerte de biblioteca andariega. A su vez, lectoras y lectores se reúnen alrededor de la casa biblioteca para deliberar, conversar, narrar. Inserta de esta manera en el vaivén de la vida cotidiana, la biblioteca es una centro creador y el bibliotecario una persona con un rol ético, un agente cultural que aporta en la construcción de proyectos valiosos y diversos.

Esta dinámica de circulación del libro tiene su correlato en la visión editorial. La enciclopedia campesina no es una mera versión de edición popular hecha en función de los costos. Los textos que se recogen en estos libros recuperan la memoria y el conocimiento comunitario, son recopilados por los propios comuneros y editados pensando en el lector o la lectora local. Su diseño gráfico facilita la lectura e incorpora las visualidades locales, como la pintura rupestre cajamarquina o la iconografía moche. Son libros ligeros, para llevar consigo en la caminata y entregar a otro lector. Su potencia no solo está en la información que diseminan, es un libro cabalmente contextualizado, es parte integral de la producción simbólica y económica de la comunidad, es decir, es herramienta para su desarrollo. Y en continente y contenido es un bien común, que unifica y consolida la identidad.

La visión de la cultura como un campo desde el cual se construye ciudadanía y democracia no es una idealización. Esta función es central en las políticas culturales de muchos países, en los que la participación cabal y diversificada de ciudadanas y ciudadanos en la cultura escrita es sedimento de base. En nuestro país y en otros que atravesaron experiencias de colonización, la potencia intelectual, organizativa o filosófica tradicional fue desplazada y no encontró cauce constante en el libro. El magisterio de Alfredo Mires y de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca es ese hacer reflexivo que toma por derecho la palabra hablada y escrita indistintamente, y fabrica nuevos e intempestivos conceptos para el acto de leer, escribir, conocer y compartir. No en vano, las trayectorias indisolubles de Alfredo Mires y la Red han servido de inspiración a numerosas organizaciones, estudiantes y comunidades en el mundo. Y confiamos que en un tiempo próximo puedan ser sustento para el desarrollo de políticas y formas de gestionar bibliotecas y lectores en todo nuestro país.

Con gratitud por las lecciones que aprendemos como profesionales, ciudadanas, ciudadanos, entregamos el Premio Casa de la Literatura Peruana 2021 a Alfredo Mires, fundador y miembro de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca.