Arte y poesía: archivo en la muestra sobre Alejandro Romualdo

Mural ubicado en la sección Compro y Compromiso de la exposición Alejandro Romualdo. En la extensión de la palabra. Se aprecian piezas de arte Katawa. (Foto: Diego Díaz / Casa de la Literatura Peruana)
Mural ubicado en la sección Compro y Compromiso de la exposición Alejandro Romualdo. En la extensión de la palabra. Se aprecian piezas de arte Katawa. (Foto: Diego Díaz / Casa de la Literatura Peruana)

La exposición Alejandro Romualdo. En la extensión de la palabra presenta a uno de los poetas más representativos de la generación del 50, así como sus diferentes facetas a través de una selección de su archivo personal, custodiado por la Casa de la Literatura Peruana desde el año 2018.

Visita la muestra de martes a domingo de 10:00 a.m. a 7:00 p.m., en la Sala 1 de la Casa de la Literatura Peruana (jirón Áncash 207, Centro Histórico de Lima). El ingreso es libre.

Por Luis Waman Malasquez

 

 

I

Tarde o temprano, quienes se adentran a la exposición Alejandro Romualdo. En la extensión de la palabra se detienen ante el mismo lugar. Atraídos por el contraste entre la suavidad del rosa y la extravagancia del negro, visitantes, solos o en compañía permanecen allí, quietos, con asombro, inspeccionando atentamente cada uno de los trazos del mural ubicado en la sección Compro y Compromiso. ¿Qué los detiene? ¿Qué despierta en ellos tanto interés y desconcierto? A medida que sus ojos examinan las cuatro pinturas, desplazándose de izquierda a derecha, una pregunta comienza a tomar forma, silenciosa e insistente: ¿No era Romualdo únicamente un poeta? ¿Será ésta una más de las numerosas caras desconocidas de Xanno? En medio de este enigma aún inconcluso, surge la imagen final: un joven de 25 años, en cuya cabeza un papel deletrea GENIAL, expone en la galería Negro Negro. Cuidadosamente situado al término del recorrido, este retrato no despeja la duda, sino que la amplifica. Y es allí, frente a esta última escena, donde la pregunta asoma —persistente e irremediable— en la mente del visitante: ¿Quién es ese otro Romualdo —el del trazo, el del gesto, el de la sonrisa— y por qué no cabe enteramente en los libros?

Tres años antes de que estas pinturas fueran dispuestas en la sala, el asombro había tenido lugar en otro espacio, mucho más silencioso e íntimo, sin vitrinas: un pequeño recinto en los ambientes del Archivo y Conservación de la Casa de la Literatura Peruana. Durante los meses más inciertos de la pandemia, nuevas cajas fueron entregadas al equipo por Laura Valle Pereira, hija del poeta. La primera entrega se había realizado en 2018. El nuevo grupo no eran cajas comunes. Además de resguardar la mayor cantidad de arte gráfico realizada por Alejandro Romualdo a lo largo de su vida, trajeron consigo una inesperada travesía que, desde entonces, tanto el equipo como los visitantes han transitado juntos, a pesar del tiempo. Como si el poeta y artista hubiera querido dejar un rastro, pero no un mapa: manuscritos inéditos, collages sin fecha, dibujos sin título, manchas sin contexto. 147 de esos bienes se encuentran en exposición. En el momento de la investigación, todo parecía hablar, aunque aún no se sabía en qué idioma. Pero de algo se tenía la certeza: el lenguaje con que esta obra había sido compuesta ya no eran las palabras. Archiveros, conservadoras y curadores, al igual que el visitante de hoy, se encontraron formulando aquella misma controversial pregunta: ¿cómo se vincula esto al autor de Canto coral a Túpac Amaru?Romualdo_9

 II

Complementando la entrega inicial del 2018, compuesta por cerca de treinta cajas equivalentes al 90% del archivo, esta segunda contenía, además de grandes sorpresas, un arduo desafío. Cada pieza deslumbraba; cada recorte, cada trazo, cada combinación de técnicas (collage, témperas, lápices, tintas, papel periódico) anunciaba no sólo al creador plural y multifacético; sino además, en palabras del equipo, a un taller en movimiento, vertiginoso, rebosante de vida. Ninguno de los especialistas —ni restauradores ni investigadores— había imaginado tal riqueza. Mientras se clasificaban los materiales, surgía un dilema: ¿cómo conservar y restaurar piezas tan espontáneas, hechas con lo que Romualdo tenía a la mano?, ¿cómo interpretar un conjunto en el que el gesto inacabado, los bocetos no descartados, las manchas de café y los pinceles con restos secos de color formaban parte esencial del relato? Por si fuera poco, a la vastedad de estilos le secundaba una personalidad versátil en emociones: el historietista Juan Acevedo, en una de sus visitas a la muestra, reconoció con entusiasmo el humor latente en las caricaturas. Aquella chispa capaz de convivir, como en su poesía, al lado de una profunda seriedad. Y es que, quizás, la clave para el visitante curioso no radique en buscar frontalmente una respuesta, sino en disfrutar de la extensa aventura de autodescubrimiento que Romualdo ejerció a través de todas las obras dispuestas en la muestra En la extensión de la palabra. Pese a los tres años de distancia, continúan conservándose como la huella fresca de un proceso, tal cual la encontró el equipo, al abrir por primera vez las cajas: un poeta que no descartaba bocetos, que conservaba paletas con pintura seca, que trabajaba sobre recortes de periódico… como si cada fragmento del día pudiera ser arte. Que se permitía, como pocos, la travesura y la mezcla.

Detenerse, comparar, buscar indicios, hallar pistas, desencasillar al artista, ¿no son aquellos los mismos gestos de los visitantes al ingresar a la muestra? Gracias al trabajo articulado del equipo de Archivo y Conservación con el área de Investigación y Curaduría, diferentes tiempos se unifican a partir de un sólo vistazo, o brochazo: sobreponiéndose como los trazos de aquello que Romualdo, en su último período, denomino arte Katawa. La gran novedad de la exposición En la extensión de la palabra.

Piezas de arte Katawa en la exposición «Alejandro Romualdo. En la extensión de la palabra».  (Foto: Diego Díaz / Casa de la Literatura Peruana)
Piezas de arte Katawa en la exposición «Alejandro Romualdo. En la extensión de la palabra». (Foto: Diego Díaz / Casa de la Literatura Peruana)

III

Algunas copias en el archivo tienen escrito al pie “Arte Katawa”. Otras tantas lo llevaban en el reverso, a veces con indicaciones vagas, otras con insistencia casi pedagógica. Como si Romualdo, al final de su vida, hubiese sentido la urgencia de dejar una clave, un indicio para el porvenir. Lo cierto es que, más allá del nombre, no existía registro alguno de este concepto fuera de su archivo, asegura el historiador Óscar Valdivia, de Archivo y Conservación. Ningún referente externo, ninguna teoría, ningún manifiesto. Fue entonces tarea del equipo reconstruir el horizonte simbólico de este enigmático conjunto. Mediante entrevistas, sesiones de trabajo y conferencias internas, el equipo —conformado por especialistas como María Rodríguez, Óscar Valdivia, Natalia Sapo y Rodrigo Vera— fue articulando ejes temáticos, líneas de lectura, conjeturas. Basados en anotaciones sueltas y cuadernos personales, asumieron el desafío de reconstruir el horizonte simbólico de este enigmático conjunto. El arte Katawa, lejos de un estilo cerrado, parecía ser una actitud, una práctica final, casi testamentaria. El poeta, ahora consolidado como artista, ensayaba una nueva forma de percepción: imágenes intervenidas, texturas yuxtapuestas, gestos que bordean lo abstracto sin perder del todo la figura. Algunas piezas, fechadas entre el 2002 y el 2005, parecen los vestigios de un impulso secreto, como si en sus últimos años Romualdo hubiese estado formulando, silenciosamente, un arte que sorteará la conclusión inevitable de su vida.

El equipo, en esta etapa, detectó una continuidad con aquella muestra de Negro Negro, donde ciertos trazos ya anunciaban la aparición de este estilo. En su forma, el arte Katawa se alía a las derivas del pop art —como en Warhol o Rauschenberg—, pero en su fondo late otra pulsión: una conciencia de finitud, de lo irrepetible. Y, por supuesto, cierta afinidad y predilección por la iconografía shipibo-konibo, de la cual parece beber en gran medida. No es extraño, entonces, que las pinturas no estén todas fechadas, ni que muchas de ellas aún no se encuentren disponibles en el archivo digital. Hay algo aquí que se resiste a la clausura. Como si el propio artista supiera que estas obras no habían sido hechas para concluir, anunciando perennemente una próxima etapa, a la que habremos de aguardar por siempre. Frente a ellas, hoy, el visitante intuye —igual que los investigadores tiempo atrás— que está ante un umbral: no el de una obra cerrada, sino el de una pregunta que se abre. Romualdo no se agota en lo dicho, ni se contiene en su época. Su arte, incluso ahora, exige ser descubierto. Y esa exigencia —tan viva, tan presente— convierte cada encuentro en una primera vez.