Palabras de Teresa Bérninzon Eguren, en el homenaje al poeta José María Eguren

Teresa Bérninzon Eguren de De Abreu (de blanco) junto a otros familiares de Eguren, acompañados por Zoilo Rodríguez (derecha), curador de la muestra en homenaje al poeta, el día de la inauguración de la sala.

Este año se cumple un siglo de la publicación de Simbólicas (1911), primer libro de poemas de José María Eguren. Este texto es considerado por la crítica literaria como el fundador de la poesía peruana contemporánea y moderna, y es el único poemario representativo de la lírica simbolista de nuestra tradición poética. En el marco de conmemorarse esta fecha, la Casa de la Literatura Peruana ha preparado la exposición “Simbólicas y la poesía de José María Eguren”.

La muestra se inauguró el 18 de marzo en una ceremonia donde estuvo presente Teresa Bérninzon Eguren de De Abreu, sobrina nieta del poeta, quien presentó una nostálgica semblanza de sus recuerdos sobre este gran vate peruano. 

A continuación reproducimos sus palabras, tituladas “Evocando a Eguren”:

«Pretendo traer a ustedes, el recuerdo o mejor los recuerdos de una niña que conoció y que ya mujer lo admiró. Los comentarios familiares lo enmarcaban como un hombre tipo en sus valores esenciales.

Las confidencias que les revelaré son una recopilación de relatos escuchados, sobre todo, de mi madre, Teresa Eguren Mendivil, y su hermana Carmen, hijas de mi abuelo, diplomático y magistrado, Jorge Luis, que formó en los clásicos y en las lenguas extranjeras al poeta. Mamá estuvo muy cerca de él a través de la música selecta, de la que era un enamorado, especialmente de Beethoven y Mendelsson, mientras él caminaba con las manos hacia atrás, sosteniendo el sombrero, de un extremo al otro de la sala donde estaba el piano en el que su sobrina ejecutaba melodías. Lo hacía –fui testigo- repetidamente, absortó en lo que escuchaba.

Sus datos biográficos han sido ampliamente divulgados; así como sus inventos, pinturas y correspondencia con los escritores de fama. Su casa de la Colmena -que conocí- era en verdad una colmena de laboriosidad intelectual. Su despacho -en tonos claros- me atrajo por lo abigarrado: pinturas, manuscritos, su máquina de escribir, libros y una revuelta mesa de trabajo.

Yo vivía casa por medio de la suya. Entonces tenía 7 años y me hacía cantar. Nos visitaba y lo visitábamos. Mediada la vida, hasta su final, vivió en austeridad más no en miseria, como tanto se ha fantaseado. Falleció de un mal estomacal. Cuando falleció, en la calle Quilca, yo tenía 11 para 12 años.

Nació en la calle Velaochaga-Lima Centro. Después pasó a la Plaza San Francisco, Barranco. Y en la invasión chilena él estaba en las haciendas Pro y Chuquitanta, de su cuñado Aurelio Rodrigo y su hermano Isaac, respectivamente.

El núcleo central de sus inspiraciones se localiza en Barranco y en el campo, aunque nunca dejó su inspiración. Desde mi niñez, Eguren surge con su aspecto menudo, delgado, vivaz. El cabello un tanto crecido y “dócil”, ya entrecano; los ojos oscuros, rasgados, bigote, su mirada y su sonrisa. Despreocupado en lo externo, nota saltante, el sombrero negro, casi verdoso, estrujado, jugueteándole entre las manos. Vestía terno oscuro y siempre con corbata.

El se mudó con sus hermanas solteras, Angélica y María Luisa y su sobrina María Koechklin, a la muerte de su hermana Esther, al Jr. Quilca; y mi familia, a la muerte de mi abuela María Rosa Mendivil de Eguren, al Jr. Arica (hoy Torrico). Allí también nos visitaba y me hacía tocar en la pianola. Con humor -lo tenía muy fino, como buen limeño- me decía: “Tocas con mucho sentimiento”.

Oi en casa que tras su fragilidad exterior había un temple cabal de sólidos principios morales y religiosos. Y que para apreciar la realidad -sobre todo política- era sumamente agudo.

Idealizó al amor. Creo que en su poesía lo trasladó a los tiempos felices de su niñez. Las amadas morían porque no las alcanzó. Lo económico lo limitó según el concepto de familia que tenía. Admiraba Lima y a las limeñas y a sus sobrinas -en las que se inspiró- y a las amigas de sus sobrinas y a sus propias amigas.

Dijo de la mujer limeña:

“En Lima se les ama.

Cuando una mujer es verdaderamente final e ideal supera toda belleza,

a todo encanto, a todo sueño.

Hay algo superior, definitivo, que

se eleva de estos dones y llega a

una magia indefinible.

En la limeña se ve todo esto, por

una feliz presentencia, por virtud

antañera”.

Al saber que yo iba a tomar la palabra me vino esta reflexión: La palabra es el logos en la trinidad. Es el verbo sustancial. En Eguren, la palabra se hace persona, sustancia, que ilumina con cánones nuevos».