Libro de la semana: “Pedro Páramo” de Juan Rulfo

Celebramos el centenario del nacimiento de Juan Rulfo con la reseña de su novela. (Foto: Eduardo Vásquez)
Celebramos el centenario del nacimiento de Juan Rulfo con la reseña de su novela. (Foto: Eduardo Vásquez)

Hoy 16 de mayo se cumple el centenario del nacimiento de Juan Rulfo (Sayula, 1917-Ciudad de México, 1986). Con motivo de esta celebración, la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana reseña una de sus obras más importantes: Pedro Páramo (1955). Releamos a este clásico de la narrativa hispanoamericana.

Por Manuel Barrós, Biblioteca Mario Vargas Llosa

Pedro Páramo cuenta el descubrimiento de la misteriosa realidad de un pueblo, Comala. Antes de la muerte de su madre, Juan Preciado le prometió ir a buscar a su ausente padre. En el proceso de cumplir su promesa, de preguntar por él y llegar a Comala, Juan se extraña, se desorienta. Oye voces de todo tipo: murmullos, llamados, gritos, susurros. Y pronto descubre la ubicuidad del hombre al que busca. Pedro Páramo, el personaje que le da nombre a la novela, lo impregna todo: como patrón, amante, padre, enemigo o firmamento. La historia gira en torno a él, un cacique venido a menos, ávido de poder y de tierras que llegó, en algún momento, a dominarlo todo. Él era la ley. “Es un rencor vivo”, afirma un arriero. Subyugados, todos los personajes aparecen en el relato bajo la violenta presencia de Pedro Páramo. Por eso, esta es una historia, sobre todo, de desdichas en un abrasador desierto donde el lector o lectora verá desfilar la ambición, la supervivencia, el desamor, el desaliento, la apocada tranquilidad de aspirar a una existencia.

Juan Preciado llegó a un desierto sobrepoblado de fantasmas, repleto de sus voces. Todos lo conocen. Le pasan la voz, lo saludan, lo acogen como si no fuera extraño. Juan no entiende adónde ha llegado; en qué lugar se ha metido a buscar a su padre. Le resulta difícil observar, habitar el paisaje que poco a poco llega a distinguir. Todo el tiempo se extraña de Comala, casi un purgatorio en la tierra: “un puro vagabundear de gente que murió sin perdón y no lo conseguirá de ningún modo”. Su relación más significativa con ellos se da a través del sonido. Juan se encuentra con una multitud de voces que se presentan en el desierto como un coro solitario, casi un abandonado soliloquio, lejano de la ley, de la apacible convivencia. Esa soledad, tan personal y colectiva, la presenta Rulfo con una certera desnudez del lenguaje. Rulfo apela a la oralidad, a un registro sinfónico de voces —matices, giros, singularidades verbales— que le dan una polifonía lírica a su historia. El libro lo escriben las voces; ellas hablan a la vez que ensayan la vida que narran. De ahí que la novela esté hecha de microhistorias, diversos pasajes en los que se puede oír a todo el pueblo desde cualquier distancia. Recordemos, oportunamente, que el primer título que Rulfo le dio a su novela fue Los murmullos.

Pedro Páramo es un relato muy sutil y desafiante. A nivel técnico, quizá su dimensión más particular sea la temporal, pues Comala es un pueblo plegado sobre su propio tiempo. Aquello que ocurrió sigue ocurriendo; lo ya experimentado sigue sucediendo. Algunos pasajes se repiten, con pequeñas variantes, de manera nada lineal. Estamos ante un relato cuyo tiempo principal se basa en la coexistencia entre un pasado y un presente en constante actualidad. A ello se suma otra dimensión a considerar: el tiempo interno de los personajes es proporcionalmente inverso al de los hechos que se relatan. Mientras que sucede, tan rápida, una agonía o una traición —se cuentan hasta en dos líneas—, la percepción interior de esos mismos sucesos se narra de manera conflictiva y dilatada. En esas urdimbres del tiempo es el lector o lectora quien debe resarcir la historia: remendarse en los pasajes, glosando los fragmentos.

Por la propia manufactura de su forma, llama la atención las sutilezas de la novela. Señalemos dos. Al descubrir que está en un pueblo muy particular, Juan Preciado advierte que forma parte del lugar que está visitando. Casi en la mitad del relato Juan muere al percatarse de esto. Sin despeinarse, autónoma como ninguna, la historia continúa sin su personaje ‘más actual’. El coro se amplía; ahora tiene un miembro más. Precisamente, en ese juego de formas y matices, los fantasmas subyacen no como una creación artificial, sino como un ático de la realidad mexicana. La violencia de la novela también puede ser leída como una crítica simbólica a los sectores sociales abandonados por las promesas hechas por la Revolución Mexicana en la primera mitad del S. XX. Son gentes sin propiedad, sin destino, cuyo único ‘pecado’ es haber muerto sin ser redimidos histórica, socialmente. No pueden salir de Comala. No pueden morir. Definitivamente, esta lectura simbólica no es lo más importante en Pedro Páramo, pero sí un aspecto a no desconsiderar.

Agreguemos, también que, Pedro Páramo no es un relato con la única dimensión emocional de la violencia, el horror, la pena y el tormento. Esta es una historia que presenta todo el abanico de emociones: relato de rencor y de injuria aliviado en contrapunto por la piedad, ingenuidad y compasión de algunos personajes. Asimismo, la sevicia y la amargura se disipan brevemente en ese erotismo con guiños fúnebre, con una sensualidad mortuoria de los personajes femeninos del libro. A nivel simbólico, se aprecia que las mujeres son el contraste de lo desértico —el páramo— y la estéril herencia de Pedro Páramo. Las mujeres representan lo húmedo, la vitalidad y la fecundidad que Rulfo le otorga, mínimamente, al desierto. Pero el contrapunto mayor se da, sobre todo, en el humor que el autor sugiere en sus fragmentos. En esta historia, una realidad de fantasmas, todos están muertos; lo saben y no se lo dicen a Juan Preciado. Más que jugar al dato escondido, este detalle también puede ser leído como mofa y burla. La ironía aparece en otros pasajes. Rulfo la dosifica en lo no dicho, en el turbio sentimiento de algunos muertos: se le aparecen y desaparecen a Juan, dejan regados varios supuestos, no aclaran ni comparten con él las pocas certezas de sus lamentos.

Entre muchas otras, estas dimensiones nos hacen advertir la gran importancia de Pedro Páramo. No ha de extrañarnos, entonces, su universalidad. Estamos ante el mejor Rulfo de todos, ese que fue fotógrafo, conferencista, íntimo conversador, guionista, escribidor de cartas y recreador de Rilke en español. Por lo mismo, Rulfo presupone y exige un(a) lector(a) muy solícito(a), de afilados oídos y ojos atentos. Hay que aprender a leer y, sobre todo, a oír esta historia; casi, casi una cantiga del desierto. Es ese su cariz. He ahí su compás, su geometría. Quizá el lector encontrará frases que no identifique de dónde vienen o tendrá que especular personajes, interpelar a los distintos narradores. Hay que disponerse a los fragmentos, al retazo verbal, a la costura de momentos. Tómelos; disponga de ellos. Pincele sus propias constelaciones. Denote los astros de ese microcosmo que es Comala. Releamos una vez más a Juan Rulfo.