Libro de la semana: “Un viejo que leía novelas de amor”, de Luis Sepúlveda

(Foto: Tom Quiroz)
(Foto: Tom Quiroz)

Nada como la literatura para conocer y vivir las distintas formas de la amistad y el amor. En esta semana dedicada al Día de San Valentín, te invitamos a aventurarte en la novela Un viejo que leía novelas de amor (Tusquets, 2014), la obra más celebrada del narrador y activista Luis Sepúlveda.

 Por Antonio Chumbile, Biblioteca Mario Vargas Llosa

Así como en la realidad o en otras artes, el amor ha sido elevado y desmenuzado en la literatura de infinitas formas. Su presencia en este arte atravesó varios siglos y prácticamente todos los géneros: desde la poesía y el cuento hasta la novela policial y la ciencia ficción. Ni siquiera las vanguardias más radicales han podido sacudirse de este sentimiento tan humano. Pero ¿es el amor exclusivamente humano?

La novela Un viejo que leías novelas de amor (Premio Tigre Juan, 1989), publicada por el escritor y activista chileno Luis Sepúlveda (Ovalle, 1949), es prácticamente uno de esos contados best-seller contemporáneos de literatura en que coinciden popularidad y calidad. Parte de su éxito reside en sus capítulos cortos y a una prosa que llega a ser ágil sin dejar de lado las metáforas y matices ingeniosos. Sin embargo, lo que más llama la atención suele ser su singular trama: el enfrentamiento entre un anciano y un felino salvaje en la selva. En menos de 150 páginas, Luis Sepúlveda parece utilizar esta historia como una excusa para compartirnos las leyes, emociones y cosmovisión del mundo de los indios shuar. Los shuar representan el pueblo indígena amazónico más grande de nuestro continente, llegando a habitar parte de la selva peruana y ecuatoriana. La gran mayoría de ellos aún conservan fe en sus propios dioses y ritos. Luego de leer la novela de Sepúlveda muchos llegarán a la conclusión de que nuestra llamada civilización aún tiene mucho que aprender de ellos. Incluso en el amor.

Gran parte de la trama transcurre en El Idilio, una comunidad a orillas del río Nagaritza, compuesta en su mayoría por mestizos y colonos que han sido reubicados de distintas zonas vulnerables de Perú y Ecuador. Entre ellos vive tranquilamente Antonio José Bolívar Proaño, un viejo poblador que acostumbra leer y releer con mucho fervor las novelas de amor que el único dentista del pueblo le trae frecuentemente; éstas novelas contienen, según sus preferencias, mucho “sufrimiento, amores desdichados y finales felices” (p. 30).  Los shuar, en cambio, viven selva adentro y conviven según sus leyes y costumbres en armonía con la naturaleza. Este panorama suele ser transgredido por los ‘gringos’ que llegan al Idilio solo para imponer su autoridad (bajo la figura del alcalde) o para depredar la selva en busca de oro o pieles de animales. Todos estos personajes se verán afectados por la furia de una tigrilla que empieza a matar a los hombres y ganados en aparente venganza por el asesinato de sus cachorros.

La novela posee un estilo que muchos emparentan a la prosa de Gabriel García Márquez pero que también, por la brevedad y los conflictos sociales presentados, podría tratarse de un Juan Rulfo que ha vivido en la selva. Por ejemplo, aquí tenemos una descripción de la esposa del viejo Antonio retratada en una pintura: “La mujer, Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, vestía ropajes que sí existieron y continuaban existiendo en los rincones porfiados de la memoria, en los mismos donde se embosca el tábano de la soledad.” (p. 36) Este estilo exuberante, dulce y colorido corresponde a una buena parte de la tradición narrativa de Latinoamérica.

Por otro lado, la novela infunde un profundo respeto por la sabiduría de los shuar. Luego de perder su hogar y a su esposa, Antonio José Bolívar es rescatado por los nativos y educado por éstos hasta que llega el día en que “no era uno de ellos (…) pero era como uno de ellos” (p. 50). Esta ambivalencia de identidades, curiosamente, es tolerada y recibida con alegría por los shuar pero observada con desprecio y desconfianza por los blancos. Antonio se convierte en un sujeto descentrado, sin una identidad estable, pero no por ello en lo invade la tristeza. Por el contrario, “nunca pensó en la palabra libertad, y la disfrutaba a su antojo en la selva.” (p. 42). Y junto a esta libertad también tiene un reencuentro con el amor.

El amor de los shuar era muy distinto al del pueblo natal de Antonio, en las serranías de Ecuador. Con los shuar, lejos de las religiones católicas y leyes occidentales, Antonio disfruta y explora con libertad los secretos del cuerpo. El amor se practica en una suerte de ritual y diálogo con los dioses donde, a falta de besos, siempre está presente la poesía:

“[La mujer] entonando anents, lo lavaba, adornaba y perfumaba, para regresar a la choza a retozar sobre una estera, con los pies en alto, suavemente entibiados por una fogata, sin dejar en ningún momento de entonar anents, poemas nasales que describían la belleza de sus cuerpos y la alegría del placer aumentado infinitamente por la magia de la descripción. Era el amor puro sin más fin que el amor mismo. Sin posesión y sin celos.” (p. 50)

Sin embargo, este amor no se limita a lo humano. Gracias a Antonio nos enteramos de que los shuar asumen con mucha naturalidad la existencia del amor en otras especies: aves, mamíferos, reptiles y hasta en el río mismo. Es en esta lógica sobre la cual se sustentan las aventuras de la novela: una tigrilla, herida de amor, se lanza a la caza de los hombres como si se tratara de la propia selva buscando vengarse de sus enemigos. Al final, cada lector descubrirá de qué manera esta violencia solo deseaba acabar consigo misma para mantener la armonía de la naturaleza.

En los nativos que aparecen en la novela, el amor y la amistad están atravesados -y atraviesan- por diversos mitos y dioses selváticos. Por ejemplo, es sabido que los shuar, después de enfrentarse a muerte contra un enemigo, reducen la cabeza del perdedor y se la cuelga de un árbol o se le lleva en la cintura. Esto no se hace a manera de trofeo (como pensaríamos desde una postura occidental u orientalista), sino más bien se considera que de no hacer este ritual, el espíritu puede vagar como un “pájaro ciego” por la selva, chocando con boas y despertando a los triguillos y monos de su sueño. Así es como termina Nushiño, compadre de Antonio José, al ser herido por un gringo cazador. Antonio da muerte a este enemigo pero no con una cerbatana shuar (lo cual habría mantenido su honor intacto) sino con la misma escopeta del cazador. Esto deshonra la muerte de su amigo y lo condena a vagabundear por la selva como un “papagayo ciego” (p. 54). Así es como se marca la despedida de Antonio de los shuar. Mucho tiempo después, llegan a él las novelas de amor para consolarlo y, a veces, hacerle “olvidar la barbarie humana.” (p. 135)

Para todos los interesados, Un viejo que leía novelas de amor también es un ideal ingreso a la literatura amazónica o a algunas obras clásicas sobre la vida en la selva, tales como Las tres mitades de Ino Moxo de César Calvo o El universo sagrado de Luis Urteaga Cabrera. Así mismo, es una gran muestra del grupo de novelas de aventura y testimonio que Luis Sepúlveda ha ido cosechando en sus viajes alrededor del mundo. La preocupación de Sepúlveda por la ecología y las comunidades nativas del mundo se manifiesta explícitamente en obras como Mundo del fin del mundo o Patagonia Express, pero es acaso en Un viejo que leía novelas de amor donde se profundiza más en la idiosincracia y saberes de los nativos para hacer un potente llamado a que dejemos de construir esta “obra maestra del mundo civilizado: el desierto.” (p. 58). Por estar íntimamente conectados, la depredación irresponsable de la selva significa la muerte de una parte de nosotros mismos. Es decir, nuestro amor por el otro, por la vida, no estará completa si no se le suma nuestro amor por la naturaleza, por el hogar que compartimos. Los shuar saben esto desde hace mucho tiempo y lo llevan a la práctica cada día. Nos toca seguir su ejemplo.

El libro Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda forma parte de nuestra Colección de literatura hispanoamericana y se encuentra disponible en la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana. Pueden consultar el texto gratuitamente de martes a domingo de 10:00 am. a 7:00 pm.