Carlos Germán Belli cumple 90 años: poesía entre cielo y suelo

Carlos Germán Belli nos recibió en su casa para realizarle esta nota. (Foto: Tom Quiroz)
Carlos Germán Belli nos recibió en su casa para realizarle esta nota. (Foto: Tom Quiroz)

Celebramos el onomástico de Carlos Germán Belli, nuestro poeta vivo más reconocido y antologado. Integrante de la generación del 50 en esta nota hacemos un breve repaso de su vida y obras, pero sobre todo nos acercamos a él para saber cómo recibe sus 90 años.

 

Por Jaime Cabrera Junco

Hasta las cachas de cansado ya. Oficios hórridos humanos. Estos que hoy bofes boto mal mi grado. ¡Oh alimenticio bolo!  Entre el cielo y suelo. Estos son algunos de los versos que suenan y se reiteran en la obra de Carlos Germán Belli (Lima, 1927), nuestro poeta vivo más antologado y reconocido a nivel internacional. Lejos de verse cansado o resignado, el poeta llega a los 90 años lúcido, sonriente y optimista. De modales delicados y gentiles, don Carlos Germán tiene una inquietud que no se molesta en ocultar.

— Hace tiempo que no escribo poemas. Esa es la preocupación personal que tengo. Releo a vuelapluma, pero no escribo.

—¿A qué cree que se deba?
—No sé. No tengo la motivación especial.

No es solo la cifra redonda, 90 años, lo que hace especial este cumpleaños. La visita de su hija Pilar y de sus cinco nietos, todos ellos residentes en Europa, hace significativo este onomástico, en esta edad en la que —afirma— el tiempo le sobra. Tiempo que añoraba tener cuando era un burócrata, cuya sobria elegancia en el vestir conserva acaso como huella de aquellos años. Volviendo a la familia, Belli ha dedicado poemas a sus padres, a su querido hermano Alfonso, a sus hijas, nietos, abuelos y bisabuelos. “En el mejor sentido, Carlos Germán Belli es un poeta familiar”, sostiene Marco Martos. “El tema familiar está desde el comienzo en su poesía, pero se podría decir que aumenta en la segunda parte de su producción”, añade el poeta de la generación del 60.

Yo, mamá, mis dos hermanos
y muchos peruanitos
abrimos un hueco hondo, hondo
donde nos guarecemos,
porque arriba todo tiene dueño…

(Segregación N°1. Fragmento. 1958)

 

Carlos Germán, de pie y pantalones cortos, junto a sus padres y su hermano Alfonso. (Foto: Archivo familiar)
Carlos Germán, de pie y pantalones cortos, junto a sus padres y su hermano Alfonso. (Foto: Archivo familiar)

El 15 de setiembre de 1927 Carlos Germán Belli de la Torre nació en los altos de una farmacia en el distrito de Chorrillos. Sus padres, Rómulo Belli Richetti y Pilar de la Torre Cabrera, regentaban una farmacia que luego trasladarían al barrio de Santa Beatriz. Las raíces italianas vienen de parte de su abuelo Carlos Belli Core, un arqueólogo que arribó al Perú en 1878, un año antes de la Guerra del Pacífico. Cuando tenía tres años, su padre fue nombrado cónsul en Ámsterdam (Holanda) y la educación inicial la realizó allá. De esa experiencia recuerda muy poco. Casi nada. Su primer recuerdo de la niñez tiene que ver, más bien, con la desilusión. Era su cumpleaños número diez y sus padres le regalaron un par de novelas de Julio Verne y una caja de chocolates. ¿Qué esperaba el niño Carlos Germán? “Probablemente un tren o un trasatlántico miniaturizado”, recordaría en una columna. La afición por la lectura vendría en la adolescencia, en el Colegio Italiano, donde leería historietas y revistas juveniles.

 

EL TRABAJO Y LA FAMILIA. SIEMPRE LA FAMILIA

La morada del poeta es una casa amplia y acogedora en el distrito de Surquillo, donde la ola inmobiliaria, de edificios de más de diez pisos, está llegando de a pocos. Hay calma casi siempre en el ambiente. Cuando uno ingresa a la vivienda se encuentra con una sala típica de una familia de clase media. Unos muebles, mesa de centro, adornos y algunos cuadros. Dentro de estos tienen un valor especial los óleos de su padre, Rómulo, un pintor de días domingo. A cada lado del enorme sofá color beige hay portarretratos con imágenes familiares: de la boda del poeta con Carmela Benavente-Alcázar, en 1959, fotografías de sus hijas Pilar y Mariella, esta última fallecida en un accidente de carretera en 2006. De sus nietos —cuatro mujeres y un hombre—, quienes residen en Italia y Alemania. Otra vez la familia y otra vez el problema con las palabras.

—¿Y antes cuál era la motivación especial para escribir poemas?
—Antes, bueno, mis experiencias burocráticas como empleado público o como hombre enamorado de Eva (ríe).

—¿Entonces qué intenta escribir que no le sale?
—Tengo la disponibilidad, pero no la materializo. Deseo escribir, pero no se concreta. De eso hace dos o tres años en realidad.

 

Oh Hada Cibernética
cuándo harás que los huesos de mis manos
se muevan alegremente
para escribir al fin lo que yo desee
a la hora que me venga en gana
y los encajes de mis órganos secretos
tengan facciones sosegadas
en las últimas horas del día
mientras la sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo

(Oh Hada Cibernética, 1961)

 

Belli en un retrato de la década del 60. (Foto: Archivo familiar)
Belli en un retrato de la década del 60. (Foto: Archivo familiar)

Estudió Letras en San Marcos, donde ingresó en 1946 para luego volver a fines de los años 50. Luego del fallecimiento prematuro de su padre, la necesidad de apoyar a su familia lo llevó a trabajar desde los 18 años. Fue doña Pilar, su madre, quien consigue llegar, a través de amistades, a dos poetas que eran senadores. Estos eran José Gálvez y Alcides Spelucín, este último de la generación trujillana de César Vallejo. Gálvez le consiguió trabajo como transcriptor de debates del Parlamento. Allí trabajaría por espacio de 20 años con algunas interrupciones. Además de ese oficio se desempeñaría como periodista de planta en el diario Expreso. Andaba fuera de casa todo el día. Había poco tiempo para escribir, para leer. Tenía que ingeniárselas. Cuando leyó un despacho cablegráfico sobre el surgimiento de la cibernética y su promesa de hacer más fácil el trabajo, una esperanza asomaba como solución a tanto agobio laboral.

—Ahora tiene tiempo para escribir
—Ahora me sobra (ríe), pues soy un jubilado y, bueno, paradójicamente no aprovecho el tiempo porque no se me presentan las ganas de la escritura.

Belli pertenece a la denominada generación del 50 junto a Blanca Varela, Jorge Eduardo Eielson, Wáshington Delgado, Francisco Bendezú, entre otros. Su primer libro, titulado Poemas, lo publicó a los 31 años, en 1958. A este le seguirían Dentro & fuera (1960) y ¡Oh hada cibernética! (1961). En sus poemas iniciáticos se siente la impronta vanguardista que tanto le llamó la atención de joven, posteriormente daría un giro cuando asimila las formas clásicas de los maestros del Siglo de Oro español y le añade su propia huella a través de la jerga limeña de la época.  “Belli singulariza su poesía acercando la tradición a la modernidad. Esto es lo que lo hace especial, distinto, en el contexto de su generación”, afirma la investigadora Ana María Gazzolo. Para Sandro Chiri, poeta e investigador de la Casa de la Literatura, Belli ha sabido aprovechar sus lecturas de Rubén Darío y de Francesco Petrarca. “Digamos que Belli tiene una fuente que se liga con la tradición castellana del Renacimiento, es decir, con aquella tradición que aprovechó el legado de la poesía italiana y que la adapta al español”, añade.

 

EL BALANCE

Pasa las mañanas en su estudio, en el segundo piso, tratando de ordenar algunos libros. En su biblioteca, como no podría ser de otra forma, predomina la poesía. Autores latinoamericanos, y especialmente los clásicos españoles. También obras en francés, inglés e italiano. No está al día con lo que se publica en poesía actualmente. Prefiere la relectura. A Darío, siempre a Darío. Además, Belli se conecta frecuentemente a Internet, pero además de leer noticias lo que hace, sobre todo, es contestar correos electrónicos. Sus amigos más queridos residen en España y en Chile. Cuando lo visitamos su computadora se encontraba bloqueada. No recordaba la clave de acceso y no hay más remedio que buscar a un técnico. Cosas de la cibernética.

—¿Qué preocupación tiene un ser humano a su edad? ¿El balance?
—Sí, el balance…el más allá, estas dos cosas las tengo presentes, evidentemente.

—En ese balance de vida, ¿confesaría que ha vivido intensamente o con mesura?
—Soy un hombre que piensa en la clase media y me siento como un hombre de clase media sudamericana en realidad. En el fondo debería estar satisfecho, porque no he descuidado a mi familia, a mi hermano paralítico, a mis hijas las he tenido siempre presentes, y, por otro lado, he escrito algunos poemas.

 

El poeta ante su computadora ubicada en su estudio. (Foto: Tom Quiroz)
El poeta ante su computadora ubicada en su estudio. (Foto: Tom Quiroz)

 

Entre poemarios y reediciones, Belli ha publicado una veintena de libros. Pero no solo ha escrito poesía. Su faceta de periodista y cronista viajero ha quedado registrada en dos libros, El imán (2003) y en Morar en la superficie (2015). “En estas crónicas de viaje aparece el observador, el viajero que nunca pierde su capacidad de asombro frente al legado cultural en otras latitudes”, comenta Sandro Chiri, quien destaca también su labor como traductor de los poetas italianos del siglo XX. Si bien ha viajado por Europa y África, vivió dos meses en Nueva York, en 1957, donde tentó una plaza como traductor en las Naciones Unidas. Sin embargo, la muerte de su madre lo obligó a volver para hacerse cargo de su hermano Alfonso.

Para tu mudanza, ¿dónde habrá un suelo
de claro polvo y cálido recodo,
en que tus breves pies con tierno modo
equilibren la sangre de tu cuerpo?

O para tu vuelo, ¿cuándo habrá un viento
que llegue a tu costado como un soplo
y te traslade de uno a otro polo,
pasando el edificio, el valle, el cielo?

Pues estás como dura ostra fijo,
sin que nadie te llame y te descorra
el plumaje del ave, hermano mío.

(Variaciones para mi hermano Alfonso. Fragmento. 1958)

 

LA POESÍA Y LA VIDA

Junto a su gran amigo, el poeta Javier Sologuren.
Junto a su gran amigo, el poeta Javier Sologuren.

Si a los poetas se les suele atribuir un ego desbordado y una predisposición a la vida bohemia, Belli escapa totalmente a ese molde. Disciplinado y siempre trabajando por su familia, el poeta que cumple 18 lustros apenas acudía a reuniones en casas de sus amigos poetas. Sin duda, uno de sus mejores amigos fue Javier Sologuren. Como también Jorge Pucinelli y el recientemente fallecido, Arturo Corcuera. Quienes lo conocen, como la poeta Rossella Di Paolo, sostienen que el vate ha sido un lector disciplinado, y esa determinación ha inspirado a los poetas más jóvenes. Cuando se le pregunta sobre su propia obra, Belli prefiere no explicarla, considera que cada poema ha brotado producto de un acto espontáneo, no programado. Esto último lo repite a menudo.

—¿Existe una condición de poeta, se vive poéticamente? ¿Se da en su caso?
—Creo que son dones o particularidades de todo ser humano. Todo ser humano lleva el inconsciente metido en sí, pero muchos no se preocupan de que ese inconsciente aflore.

¿Cuál es el lugar que tiene Carlos Germán Belli en la tradición peruana y latinoamericana? “Carlos Germán es uno de los grandes innovadores de la poesía en la lengua española en el siglo XX. En el caso peruano, sin duda su semejanza mayor es con Martín Adán y de alguna manera con Vallejo en el sentido de que son innovadores”, sostiene Marco Martos. “Yo creo que es el poeta que presenta varias rutas, pero una ruta constante es el hogar, es la madre y el hermano, es la casa, son las hijas…son tópicos constantes. Pero también está el tema del hombre de clase media sudamericana acorralado por la adversidad propia de nuestro devenir histórico”, afirma por su parte Sandro Chiri.

—¿Usted es consciente del reconocimiento que viene recibiendo en vida?
—Eso me alegra, me satisface evidentemente, sería un mentiroso si lo niego. Pero, la publicación de mi obra completa me alegró mucho.

—Si un poeta joven le pidiera un consejo, ¿qué le diría?
—Yo les aconsejo leer el diccionario (ríe).

Las musas de la poesía se muestran aparentemente esquivas con nuestro poeta vivo más premiado, pero él sigue cada mañana con la pluma y papel esperando su llegada. El hada cibernética, que también es su esposa —como lo dijo en un poema— está siempre allí procurando su tranquilidad. Cuando le preguntamos si en el barrio de Surquillo donde habita saben que tienen como vecino a un poeta de su talla, Belli responde que si bien se saluda con muchos de ellos, la mayoría no tiene idea de su quehacer literario. Salvo un vecino que lo ayudó ante una caída en casa, el resto ignora que en la calle Las Palomas vive alguien que le ha cantado a la vida, a la familia y que ha estado con la mirada entre lo terrenal y lo espiritual. Una poesía entre cielo y suelo, parafraseando el título de uno de sus últimos poemarios.

—Si tuviera que resumir su vida con una frase cuál sería
—Bueno, soy un poeta que piensa en la realidad, en el momento que ha vivido, pero también con el pensamiento en el más allá.

Llega el día del cumpleaños, esta vez en casa la rutina ya no es la misma. Están su hija Pilar, dos de sus nietas italianas —los otros tres no pudieron viajar— y en la llamada se escuchan voces de fondo. Doña Carmela conversa con su hija. Habrá un almuerzo y la visita de personas muy cercanas.

—Feliz cumpleaños, don Carlos Germán, ¿cómo recibe sus 90 años?
—Bien, muchas gracias. Aquí, contento en familia.

Siempre la familia. Un regalo ideal, acaso, podría ser el retorno de la musa de la poesía.