Libro de la semana: El arco y la flecha. Relatos de la selva

El arco y la flecha es un libro con el cual podemos acercarnos a una representación del imaginario colectivo shipibo-conibo. (Foto: Eduardo Vásquez)
El arco y la flecha es un libro con el cual podemos acercarnos a una representación del imaginario colectivo shipibo-conibo. (Foto: Eduardo Vásquez)

El pasado 20 abril se entregó el Premio Casa de la Literatura del 2017 a Luis Urteaga (Cajamarca, 1940) por “haber contribuido a iluminar y enriquecer distintos espacios marginados en el país, invisibilizando la figura del autor y apartando cualquier afán de reconocimiento”. Esta semana la Biblioteca Mario Vargas Llosa reseña El arco y la flecha (1996), uno de sus libros de temática amazónica, producto de su convivencia con una comunidad shipiba-coniba en las márgenes del río Ucayali entre 1979 y 1988.

Por Manuel Barrós, Biblioteca Mario Vargas Llosa

El arco y la flecha reúne doce cuentos inspirados en una comunidad shipiba-conibo del río Ucayali. En ellos la selva es la locación donde transcurren las historias, además de ser su protagonista más ubicua y proteica. Haz de naturaleza, animal, sensación, materia, sonido y circunstancia, la selva yace como el principal interlocutor de todos los cuentos. Ella cuenta y permite contar; escucha y hace hablar; sugiere y se aviene como acontecimiento en cada pasaje del libro.

Por ello, lo primero que se advierte en El arco y la flecha es la propicia aleación entre fábula, mito y literatura. El autor nos recuerda lo enormemente imbricados que subyacen en la imaginación shipiba de la cual es voz: cómo los mitos existen gracias a la literatura, a través de la palabra, sea oral o escrita. No ha de extrañarnos, entonces, la atemporalidad de los cuentos. No se la enmarca en un tiempo específico. No se busca contar el origen de un mundo ni fabular la insondable antigüedad de otro. No hay regionalismos ni diálogos que pretendan presentar como “habla popular”. Todo es trabajo de estilo.

Y es de estilo por su entereza de lenguaje, episodios y sensaciones adecuadamente dispuestos. Por ejemplo, los nombres humanos de las historias son traducciones directas del shipibo al español y el narrador omnisciente acierta en los adjetivos para otorgarle un relieve al lenguaje. No cae en exotismos ni impostaciones étnicas. Aunque algo escueto, solo cuenta lo necesario. ¿Y acaso no es eso un buen cuento? Saber elegir qué contar —cómo, desde qué ángulo y cantidad de narradores o voces—, sobre todo si se trata de una imaginación colectiva; imaginación que Urteaga busca expresar y condensar.

Sus principales temas refieren a la cotidianeidad que es tan individual como colectiva. Entre otras encontramos la unidad familiar, la violencia de la naturaleza, la solidaridad y la divergencia en la supervivencia comunitaria, la iniciación sexual, el humor, la importancia del territorio, la difícil convivencia entre los seres humanos y la selva. De ahí que en cada relato personal resuenen ecos de voces colectivas. Sin embargo, para que sus personajes funcionen y permitan la fluidez del texto Urteaga cae en ciertos clichés. Todos sus personajes son arquetipos; quizá una inconsistencia en los registros simbólicos del libro. Entre otras, las circunstancias por las que los personajes transitan son la fauna que cobra vida, las implacables leyes de la selva, el cazador joven que madura en el ejercicio de su oficio, los rituales colectivos, el matrimonio y el dificultoso descubrimiento de la sexualidad.

En ese contexto, al narrar, el autor apela a un anecdotario con guiños fantásticos, en un abanico de historias que podrían calificarse de inusuales. Episódico y de corte maravilloso en los relatos, la selva es representada como un escenario cuyas posibilidades son siempre insólitas, tan llenas de vida y de emoción. Los hechos se suceden unos a otros como parte de la imaginación en la naturaleza y lo que naturaleza causa en la imaginación al cobrar vida ciertamente fantástica en todos sus aspectos y de manera especial en el ejercicio de la caza. Por eso, no es casualidad que de dicho elemento provenga la elección del título. El arco y la flecha son los principales instrumentos de caza; además, símbolos de la masculinidad tan funcional para el relato como estereotipada para todo lo que narra el autor.

Por otra parte, llama la atención, la predominancia de ciertas especies como representantes de lo amazónico. Por dar un ejemplo, tomemos al jaguar, el animal que más aparece en cuatro de los doce cuentos. Aunque también hay gansos, delfines, nutrias, gavilanes o huanganas, el jaguar tiene un relativo protagonismo. El autor representa en el jaguar, especialmente el de color negro, al arquetipo del poder, el peligro, el erotismo y la ferocidad en los animales. Incluso podría ser visto como el gran antagonista de los seres humanos. Mientras que estos, necesitando alimento y refugio, se organizan para defenderse y sobrellevar su existencia, el jaguar puede andar libremente, sin mayores tropiezos, al punto de ser amante de una mujer, como se cuenta en un relato.

El arco y la flecha es un libro con el cual podemos acercarnos a una representación del imaginario colectivo shipibo-conibo. En voz de Urteaga, dicha imaginación tiene un encuentro fecundo para la literatura, a la vez individual y colectiva. Como hemos visto, la unidad temática del libro yace en su estilo, en la capacidad de su lenguaje. Hagamos de este libro otra forma de encuentro; por ejemplo, leyéndolo.